jueves, 21 de febrero de 2008

El invertebrado y yo

Espero que no se emocionen por el título que uso esta vez, puesto que no hay connotación sexual alguna en este texto eh!

Leyendo un artículo de mi amigo invertebrado (el cual también tiene su propio blog:
http://lacolumnadelinvertebrado.blogspot.com) decidí contar cierta historia verídica que él relata, sólo que desde un ángulo diferente: el mío.

Detesto el gimnasio. Prefiero hacer deporte, adoro la natación, montar bicicleta, salir a correr o a caminar o por último, hacer fierros yo solito en el mini gimnasio recientemente adquirido. Pero, cuando la oportunidad de asistir a un gimnasio de renombre y de forma gratuita se presentó, no dudé ni un minuto en llamar al invertebrado, lanzar la deportiseñal y acudir raudamente al llamado de la escultura y tonificación corporal pre verano.

Cuando llegó el día decisivo para acudir a nuestros entrenamientos en pro de sacar un cuerpo digno de envidia, yo estaba con una flojera de siquiera salir a la esquina. Es más, con mi maldito hábito de fumar, no se me ocurrió mejor idea que prenderme un puchito antes de salir de la oficina y empujarme una buena coca cola bien helada. La salud es lo primero me repetían. En el colmo de la vagancia, nos fuimos en taxi al gimnasio, jurando empezar a tomar agua y a bajarle las revoluciones al tabaco.

Mientras que íbamos en el taxi por la avenida, conversando de mil y un boberías de aquellas que el invertebrado y yo solemos hacer, decir y pensar, conversábamos de lo que queríamos lograr asistiendo al templo del fitness. Invertebrado quería bajar las marcas que le dio el embarazo fecundado por el sedentarismo propio del trabajo. No es agradable que el ombligo te tape el botón del pantalón. Particularmente yo, quería hincharme, sacar masa, ya estaba muy flaco. Parezco una espiga, puesto que soy flaco como yo solo y alto como ninguno (o como pocos mejor dicho). Mentalizados a lograr nuestros objetivos físico culturistas arribamos a Muscleland.

Las señoritas tonificadas que iban en la caminadora tenían unos glúteos perfectos. Y ni que decir de otras que tenían perfecto hasta el sudor que les chorreaba. Esto del gimnasio me estaba empezando a gustar a cada minuto más. Mi instructor me midió, me pesó, me armó la rutina y a empezar a trabajar el esqueleto. Caso contrario a invertebrado, yo estaba disfrutando de esto llamado gimnasio. Las chicas que pasaban, el sudor a raudales, sentir el esfuerzo de los músculos trabajando y oxigenándose, era algo muy motivador. Añadido a que no tuve tiempo de escuchar la música del gimnasio, puesto que fui armado con mi MP3 y su cacerina musical llena de balas metaleras y roqueras.

Superadazo me sentía. No tengo roche alguno de aceptar que soy flaco (aunque después de mucho tiempo he empezado a subir de peso y ya no doy tanta risa en la playa), o de sacarme el polo y mostrar mis muy fortalecidos huesos que tantos años de adicción láctea han sabido nutrirlos.

Al finalizar mi rutina, un poco cansado la verdad, puesto que no iba hacía tiempo al gym, procedí a buscar al invertebrado dentro de la jungla de pesas y discos. Lo encontré incómodo por la historia que él cuenta en su blog y procedimos a dar por culminado el día de entrenamiento. Irrisorio fue el contraste en los vestidores al ver las masas grasosas de tantos compañeros, los rostros de sufrimiento, las caras de culpa por haber comido algo indebido. ¿Estaban ahí por obligación, por pagar una apuesta o qué?

Al salir del gimnasio no se me ocurrió mejor tontería que decirle al invertebrado “Tengo hambre men. Vao a jamear algo”. En el colmo del salvajismo, nos fuimos a un restaurante de comida rápida y nos comimos un combo familiar entre los dos. Rematamos la noche, con un puchito para que baje la jama y nos fuimos caminando a lo largo de 30 cuadras hablando de mil y un boberías, las mismas que decimos, hablamos, hacemos y pensamos. Las mismas del taxi. Porque no me habré quedado mucho tiempo en el gimnasio y el invertebrado tampoco. Porque tal vez eso no era para nosotros. Porque tal vez decidí no seguir en ese templo por un lío que tuve con un atorrante. Porque tal vez puedo decir mil y un motivos que me hicieron desistir de la academia de la belleza y perfección físico muscular, pero aún así, esa experiencia, me permitió meterle unos kb más al disco duro de mi computadora y guardar el archivo en la carpeta “las aventuras con mi mejor amigo”.


Una mas, dentro de la muchas que tengo para contarles.

3 comentarios:

invertebrado dijo...

Excelente aventura aquella y como tu bien dices, aún faltan muchas.
Para una gran aventura, siempre es bueno tenerte cerca.

eveDG dijo...

jajajajaja

eso es lo justo!!!
meterse un bajadon luego de ir al gimnasio.. hay algunas personas que no nacemos para el "gym" somos felices, el invertebrado cn su bicla, yo corriendome unos km por las mañanas y tu con tus caminatas

eso es too
y somos felices
aventureros

Alexander Ordoñez dijo...

sos grandeeee... sigue pa delante, a ver si alguna vez me presento por ahi en tus historias. un abrazo. fantasmon