domingo, 29 de junio de 2008

Manual de bolsillo del perfecto ingenuo

Creo que a todos en algún momento, nos ha agarrado alguna depresión amorosa. Son esos momentos en los cuales te sientes fatal, disminuido a la micromilésima expresión, un cero a la izquierda. Llegas a pensar que hasta los animales tiene suerte pero tú, no.

Hace años atrás, cuando estrenaba mi mayoría de edad, pasé por una situación de esta índole. Dio la casualidad que no era el único, puesto que muchos de mis amigos de mi círculo más cercano, pasaban por la misma situación. Eran aquellas épocas extrañadas (no por la depresión) en las que ahogábamos las penas escuchando canciones de Sabina en la casa del dolape, junto con el gordo y Antonio, las cuales traspasábamos a los acordes de una guitarra en medio del parque, acompañados de cervezas, sesiones que muchas veces se acaban no por falta de alcohol, sino por la antipática vecina que teníamos que, al parecer, había comprado el Serenazgo del distrito.

En aquellas épocas, no era muy devoto del internet. Es más, creo que la mayoría se emocionaba por el simple hecho de poder chatear, lo cual ya parecía una maravilla mundial.

Deambulando por el ciberespacio, junto con el dato que me pasó uno de mis compañeros, caí en una página web donde ponías tu foto, una breve descripción tuya y supuestamente, el amor de tu vida aparecería. Mis amigos habían colocado sus fotos, algunos se vanagloriaban de la cantidad de visitas que tenían y otros tantos, sencillamente se cagaban de risa de todo.

Yo no quería acceder a esta página. Pero, sea por presión o por una extraña creencia desesperada, accedí a colocar mi foto y crear mi perfil.

Pasados unos días, recibí una respuesta. Obviamente, por ser el menor del grupo, muchos de mis amigos sentían esa emoción de que el cachorro entraba a sus pininos de la pendejada. No quise emocionarme la verdad, pero dentro de mí, me sentía como una especie de super macho, capaz de conseguir a la mujer que yo deseara. Creyendo que la suerte estaba de mi lado, respondí los mensajes que me llegaban y entablé una supuesta amistad.

Dentro de la ingenuidad de mis frescos 18, entablé conversación con una señorita mayor que yo. Tenía 24 años. Era anfitriona, soltera y en busca de “amistades”. Sobre todo cuando me puso “amistades” (si, con comillas y todo), la emoción de mis hormonas creció de sobremanera. Pasados unos días, creyéndome un galanazo, coordinamos una cita y yo, emocionado, lo ventilé a los 4 vientos, en vertical y diagonal a mis amigos: el cachorro, se estaba convirtiendo en un pendejo.

El día de la cita, inventé un extraordinario repertorio ante mis padres para justificar alguna supuesta ausencia por parte mía a la hora de dormir. Perfumado, bien vestido, acicalado y con dinero, me dirigí previamente a adquirir mis preservativos de rigor, dispuesto a dar el mejor asalto en el ring de las 4 perillas.

Todo estaba previamente coordinado. Sabía donde nos íbamos a encontrar, sabía como iba a estar vestida ella y ella sabía como iba a estar vestido yo. Apurado y emocionado, me dirigí al lugar donde nos íbamos a encontrar y, por sugerencia de unos de mis amigos mayores, haciéndome el interesante, decidí que sería bueno llegar unos minutos tarde. Y felizmente lo hice.

Grande fue mi sorpresa al llegar, que la persona que me estaba esperando, era nada mas y nada menos que un travesti. Y no es que sea homofóbico, pero caray, ¡no era lo que me esperaba! La cara de autogol que puse, debió haber sido digna de una foto. Y si te preguntas, estimado lector, si no había visto alguna foto, pues no, no había visto, no le pedí antes de la cita. Con prisa y evitando ser visto, procedí a escabullirme dentro de las sombras de la noche, puesto que la vergüenza que sentía era tal, que creía que todo el mundo se había dado cuenta del suceso.

Al día siguiente, al conectarse, me reprochó el hecho de no haber llegado. Procedí a contarle lo sucedido y exigí una explicación. La respuesta fue simple: era anfitriona (en un local “open mind”), soltera(o), y buscaba “amistades” que fueran de la misma forma de pensar que ella…o él.

Las burlas dentro de mi círculo de amigos, no pararon hasta después de mucho tiempo. Es más, de vez en cuando se acuerdan por estos tiempos de esa anécdota sucedida. La experiencia en el momento fue desagradable pero me dejó enseñanzas que quiero compartir con ustedes:

• Si conoces a alguien por chat, msn o lo que sea, no le pidas foto: dile que ponga su webcam, porque las fotos vienen a veces con truco.
• Si eres chiquillo y quieres experimentar las travesuras de la adultez y la soltería, hazlo, pero piensa bien lo que vas a hacer o busca consejo.
• En la medida de lo posible, si sales de cacería, hazlo a un lugar donde sepas que vas a encontrar lo que buscas.
• Cuéntale todo a tus amigos. A pesar que seas el punto de burla mucho tiempo, tus amigos se burlarán de ti, pero te aseguro, que cuando los necesites, ahí estarán para salvarte y socorrerte de cualquier eventualidad que pase (o no mis estimados dolape y gordo, que hasta de madrugada, el pandamovil salió en auxilio de un desvalijado pobre que no tenía como regresar a su casa desde lejos).

3 comentarios:

sybilla dijo...

Me has hecho reir como no tienes idea! cuando te vea te molestare a mas no poder asi q preparate!!

muy buen post y educativo para los hombres q recien empiezan y se valen del internet para comenzar en los menesteres de la adultez!

sybilla dijo...

señor tintero tengo q quejarme asi como lo hice con el invertebrado en su repectivo blog de que YA NO POSTEAN! no me parece o sea una viene a leer alguna nueva aventura literaria y naa! no, no me parece! cuidese tinterito, un beso

Gabriella dijo...

Un post muy interesante, ahora entiendo ese lado oculto que he observado en algunas reus, si no es en todas XD.

De cualquier forma me he reido mucho con esto, pero cuando te vea prometo no reirme... en público